domingo, noviembre 15

el monstruo

No hay nada que deje más constancia de la falla en el ser humano, que su profundo abatimiento por aquello de lo cual no se puede hacer nada. Es frente a su propia incapacidad que se aterroriza, allí donde pierde el control, pierde a su vez la voluntad, y con éstos dos pilares caídos, no le queda más que ser absorbido por la inmensidad.
Hay una pequeña parte, de la cual tengo la certeza, que nunca va a dejar de doler, pasen los amores, pasen los tiempos, pase todo lo nuevo que venga, que llegue y pase; todo es de pasada, finalmente. Y con esto último logro edificar una frase que hace las veces consuelo, semi moribundo pero sincero: Ni el dolor ni el amor es por siempre, por suerte por el primero y lamentablemente por el segundo.
Lo perdurable se vuelve, por consiguiente, una suerte de tautología, término completamente hueco e inexistente en el mundo real. ¿Qué es lo qué perdura sino? Las rocas no pueden evitar deparar en minuciosos granos de arena, ni el infinito espacio es en sí infinito, tal vez inabarcable, pero jamás infinito.

No hay perpetuidad en nada nunca: no existió la inmortalidad en mis palabras por mucho que quisiera, ni existe más de tu amor ilimitado, no habitan más los besos que se han ido borrando, ni tampoco queda nada de tus brazos rodeando mi cintura, así como en mi cuerpo ya no hay rastros del paso del tuyo, y no habita más en mí esa mujer que era tuya, que se fue con vos, y que junto a vos se desvaneció.