sábado, diciembre 31

Viaje de la Trilogía Andina.

Querrá cargarse la salvación de todas las almas,
una a una,
sobre sus hombros.
Creerá (intentará pensar),
que cuando llegue a la cumbre
no quedará nadie sin sanar.
Será total, completa, uniforme, armónica y universal:
Sólo si todos los seres alcanzan aquella cima.
Arrastrados, llevados, empujados a la fuerza, o de la forma que sea.

Así comienza su viaje.

Empero, se desprenden,
una a una,
queriendo quedarse como rocas por la vía.

Avanza solo,
como le dijeron que sería.

Profanará,
primero y desesperado,
todas las tumbas de aquellos que le precedieron,
buscando en vano,
las palabras justas que necesita.

Se hundirá en la tierra,
y tomará forma de serpiente.
Allí surcará las napas y les dará forma.
Hundirá sus marfiles punzantes
en el corazón mismo del centro de la tierra.
Y morirá, extasiado y desvaneciente.

Transmutará hacia arriba.
Su hechura será la de un puma,
corporal, robusto y palpitante.
Entonces devorará,
y de todo aquello que devora,
devolverá
a la tierra
replicándose y muriendo copiosamente,
entre la lujuria y el hambre.

Sus partículas se agruparán:
alas y pico y esbeltez.
Soñará corrientes de aire,
y suspirará tempestades.
Sus ojos lo percibirán todo,
y su ser lo acogerá todo.
Mas aquel entendimiento,
no encontrará su lugar en todo lo decible por el lenguaje.
Se emanará, en cambio,
en cada instante de su aleteo,
en cada fragmento del movimiento de sus alas.
Incapturable, indecible e infinito.

Volará lejos de aquel pináculo encumbrado
que ahora intuye diminuto.


miércoles, agosto 3

de alguna manera, escribir también es llorar.

Lo que me duele no es verte ir
me duele ver a los que dejás acá.
Me duele ver a mi hermana, mi roca,
que pareciera sostenerse firme y erguida ante cualquier adversidad,
me duele verla quebrarse, verla tan frágil como yo suponía que es por dentro.
Me duele ver a mi vieja,
que sin dudarlo un momento se abalanza sobre tu cuerpo
te toma con sus manos -cálidas y ásperas de tiempo y trabajo encallados-
de ambos lados de tus mejillas,
descoloridas y amarillentas ya,
y besa tu frente unas 3 ó 4 veces.

Tal vez fueron más.

Besaba tu frente como besaste la suya,
infinitas veces,
de pequeña,
consolando su llanto.
Veo su tristeza y amor,
y la abrazo,
y ahora yo la consuelo a ella por vos.

Me duele vernos, dos y dos hermanas, y tres generaciones con vos en tu lecho,
mujeres de mi vida,
me duelen las lágrimas que brotan de sus bellos ojos color café.
No me duelen los finales ni las despedidas,
me duele nuestra sensibilidad revolcándose en el fondo de nuestros pechos,
abatiéndonos,
despertándonos,
uniéndonos
en un sincero adiós.


martes, junio 7

Cómo matar a un monstruo.

Me gustaba observar sus rostros cuando me miraban, retorcidos del espanto, desfigurados del asco, me gustaba cuando gemían y lloraban, y yo atesoraba sus lastimosas lágrimas en diversidad de frasquitos, los guardaba y los iba ubicando, uno a uno al lado del otro, de izquierda a derecha, en una estantería. Cada tanto iba hacia la estantería simplemente a mirar los frasquitos, a mirar sus grotescas y penosas lágrimas sedimentadas en el fondo. Solía ir cerca de las 5 de la tarde, cuando el sol entraba por una ventana desvencijada del costado, y la luz hacía que las lágrimas formaran decenas de diminutos arcoiris sobre la pared roída.
Me gustaba también cuando los hacía enojar, cuando se enfurecían y sus rostros se volvían hinchados y rojizos de cólera, cuando se tomaban de sus cabezas y se arrancaban los pelos con sus manos tensadas y nerviosas como las extremidades de una gárgola de catedral. Me gustaba ver como sus cuerpos se constreñían y se hervían, los imaginaba entre llamas, ardiendo fuera y por dentro, cocinándose su carne, derritiéndose sus sesos. Yo tomaba sus cabellos caídos, arrancados por la furia y los archivaba en unos cajones del escritorio en desuso. Volvía a la medianoche, cuando en general ya todos se habían dormido y entonces empezaba mi tarea de costura. Acomodaba los cabellos según su tono y largo, asegurándome de que el grosor corresponda a un cierto patrón para dividirlos en diversas pilas. Casi siempre eran los mismos los que tenía, los largos y enrulados, castaño teñido con tonalidades caoba y opacos llegando a la raíz, y los otros más cortos, grasos, negros y de puntas mutiladas. Cuando tenía suerte lograba recolectar de más tipos, aunque necesitaba que fueran bastantes para poder lograr una pila medianamente abundante. Una vez ya todos separados, y cada pelo con su familia de pelos, los acomodaba todos al rededor mío sobre el parquet ennegrecido, sin perder las divisiones, y agarraba el primero de la primer pila de la derecha, lo sostenía con mi mano izquierda mientras que con la derecha tomaba el primer pelo de la segunda pila de la derecha y les hacía un nudo en su extremo, intentando reducir al máximo posible el sobrante de cada pelo que sale del nudo, manteniendo el largo total de cada pelo lo más intacto que se pueda, pero con un extremo anudado a otro pelo, que a su vez mantiene lo más larga posible su extensión por fuera del nudo, para luego tomar otro pelo, y anudarlo cautelosamente al anterior, siempre vigilando que la puerta no se entornara con una brisa de las que suelen gustar de caminar por las casas viejas y amplias de noche, que volara todos mis cabellos y tuviera que recomenzar mi tarea desde el principio.

hoy.

Mire sus profundos ojos, contemplé los cristales de ámbar que parecían brillar desde más adentro que su iris, me sumergí en ese lago que me invitaba a desnudarme, a quitarme los ropajes y las chucherías, a filtrarme por aquellos espacios donde la luz todavía no ha llegado nunca, en aquellos tipos de relieves que se generan en torno a la retina, que me piden que los camine, que los susurre, que los bese. Cierro mis ojos y aún así te veo mirándome por dentro, abarcando cada pellizco de mi piel, produciendo corriente e imantándome hacia vos. Exhalo y salen de mí las palabras no dije, las preguntas que nunca pude formular, exilio de mi ser toda perorata sobre prejucios, anhelos, deberes y otras adicciones. Inspiro y viene junto al aire la brisa que corre acariciando el río, el calor de la yema de tus dedos, la clorofila del pasto que me abraza las piernas. Inhalo las burbujas de aire en lo profundo del agua, la risa de la chica que está sentada por allá, la pereza del cemento de aquel banco, la amabilidad del sol de invierno. Les regalo un final abierto y un millón de momentos así.

lunes, abril 4

Inicialmente uno tiene un compendio considerablemente complejo y cuantioso de expectativas en lo que a estar con un otro refiere: Lo disfrutamos en las películas, lo vimos en las calles y lo asimilamos en el interior de nuestros hogares.
Tal vez quererte ahora sea mandarte un mensaje, o recordar saludarte por tu cumpleaños vía alguna red social. Sospecho que hace unos años quererte era aceptar un baile con vos mientras los padres miraban de reojo desde un costado. Quererte quizás todavía más atrás en el tiempo era callarme aunque no estuviera de acuerdo. ¡Quererte hasta hubiese podido ser mirarte pasar desde una ventana, distraído, sonriéndole a otra!
Pero de todas las maneras que podría o debería haber elegido, no fue ninguna de esas:
Elegí quererte llenándome de energía yo por ese amor, elegí quererte tanto que te quiero de lejos, aún con espacio y tiempo de por medio. Elegí quererte pero no dirigirte ese amor hasta que no sea el momento adecuado. Elegí, en vez, querer a todo lo que me rodea, con sus defectos y fallas, porque todos necesitan ser queridos y entendidos. Elegí quererte, y elegí quererme a mí misma.

domingo, febrero 28

qué de mí

Me pierdo. Me encuentro. Pero, me encuentro dónde. Qué de mí. Sigo perdiéndome y simultáneamente encontrándome, infinitas veces, en muchas partes. Fraccionada, dislocada, los retazos de mí. Los aúno, intento colegir la forma completa, el reflejo en el espejo, mi yo, mi identidad.
- Esa sos vos.- Dice el espejo.
- No, esto sos vos.- Dice cada objeto etiquetado a tu nombre.
- Yo soy vos.- Dice un eco de acciones pasadas, repitiéndose incesantemente en algún hueco del tiempo, que irremediablemente siempre desemboca en el accionar presente.

Quisiera poder terminar de escribir esto con algún otro argumento más certero que acabe la vana discusión de ecos y objetos parlantes. Hoy no será el día.