martes, junio 27

Primera propuesta del Taller de escritura: Encuentro con uno mismo.

En una de esas tardes en las que sólo busco escaparme del barullo que me hace olvidarme de dónde están mis pies, me decidí por ir a buscarme.
Me fijé entre los rostros de la gente cercana, mas sólo encontré los gestos de constricción de cuando el día debería tener treinta horas y pareciera que de suerte llega a cinco.
Escudriñé entre mis cosas, los papeles dentro de una cajita de cuando intercambiábamos cartas entre compañeras de primaria, correspondencia con mi prima de Buenos Aires en hojas animadas por los ciento un dálmatas, un anillito con un elefante rojo, fotos, tarjetas de invitación a cumpleaños... Todo parecía indicar que por ahí había estado, dejando huellas volátiles, pero no quedé en ninguno de esos lados.
Me quise encontrar en el aroma del perfume Lulú de Cacharel que usaba mi mamá, en el sabor de la mustia milanesa de soja al microondas que me hacía mi hermana en sus mejores esfuerzos de adolescente cuando volvíamos del colegio, en el libro del Principito, rayoneado con fibras rosa y violeta en páginas fortuitas.
Me busqué en los ojales de las camisas de mi papá, y en sus corbatas perfectamente ordenas que te saludan meneándose cada vez que abrís la puerta del placard.
También probé poner un cd de Shakira, por si algo aparecía.
(Capaz si hubiese encontrado el casette de Sin Bandera que me regaló mi tía habría funcionado).
Me acordé que debajo de una de las maderas del parqué del último cuarto de la casa había guardado un contrato con una amiga que decía que íbamos a ser amigas por siempre. Me acordé que más tarde lo saqué y lo tiré sin miramientos por una indemnización
Eso me trajo a mi mente la cantidad de objetos que había enterrado, en un campo al que ya no voy, envuelta en esa suerte de mística y sacralidad que caracteriza a ciertos actos de la infancia...
¿Y si yo había quedado ahí? ¿Y si estoy sonando debajo de la tierra cada vez que la luna se inyecta plomo hasta quedar redonda de ensueño? ¿Si esa fue toda la razón de mi ser?

Abatida y encolerizada, salí a la callé y caminé.
Sin rumbo,
o sin orientación.
Deambulé más sobre una nubarrón de esos que se tragan la tormenta en vez de dejarla salir, que sobre las baldosas que pisaba.
Me senté en un banco y lloví.

No debe haber pasado ni un minuto, que escuché mi risa y me ví. Estaba ahí sentada, en dos bancos hacia la derecha, alimentando a las aves de estómago infinito que por las noches duermen en el palomar del parque independencia.
Qué fácil parecía la vida al verme y que tonto se veía ahora mi agobio de perderme.