lunes, abril 13

La mente.

Se escapó, finalmente; corre, se aleja lo más rápido que las piernas le permiten y se ve rápidamente envuelta en la negrura.
Una pared tras otra, un pie tras otro, sin parar de caminar y sin parar a pensar.
Pronto se dio cuenta: las paredes no son casuales, las esquinas no son fortuitas. Y se vio a sí misma, de lejos, fuera de su cuerpo como nebulosa flotante: era un laberinto.
Y sin más caminó. Porque caminar era su cordura, y las paredes la contenían de desbordar.
Caminó por años, sin ver ni una sola vez a alguien más, o a algo más que al camino enredado y las paredes de piedra- Caminó  hasta que sus pies se deshicieron, dedo por dedo, pierna por pierna hasta la rodilla. Con el tiempo se fue deshaciendo entera en ese laberinto, fundiéndose con el piso que pisó.
Se volvió ella misma ese laberinto que alguna vez la albergó.