miércoles, agosto 3

de alguna manera, escribir también es llorar.

Lo que me duele no es verte ir
me duele ver a los que dejás acá.
Me duele ver a mi hermana, mi roca,
que pareciera sostenerse firme y erguida ante cualquier adversidad,
me duele verla quebrarse, verla tan frágil como yo suponía que es por dentro.
Me duele ver a mi vieja,
que sin dudarlo un momento se abalanza sobre tu cuerpo
te toma con sus manos -cálidas y ásperas de tiempo y trabajo encallados-
de ambos lados de tus mejillas,
descoloridas y amarillentas ya,
y besa tu frente unas 3 ó 4 veces.

Tal vez fueron más.

Besaba tu frente como besaste la suya,
infinitas veces,
de pequeña,
consolando su llanto.
Veo su tristeza y amor,
y la abrazo,
y ahora yo la consuelo a ella por vos.

Me duele vernos, dos y dos hermanas, y tres generaciones con vos en tu lecho,
mujeres de mi vida,
me duelen las lágrimas que brotan de sus bellos ojos color café.
No me duelen los finales ni las despedidas,
me duele nuestra sensibilidad revolcándose en el fondo de nuestros pechos,
abatiéndonos,
despertándonos,
uniéndonos
en un sincero adiós.