con sus aún más inesperados actos
que, (y lo que es todavía mejor) inintencionadamente
nos sacuden de nuestros casilleros,
de esos refugios que construimos, que poco y nada tienen de refugio.
Celebro y agradezco, por su más simple espontaneidad, por su extrañeza, su inocencia, su desconocimiento total.
Y por sobre todo les agradezco, porque tal vez sin ellos, yo no podría notar cómo las raíces me crecen hacia el cielo y las ramas me dirigen al suelo.
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