-Algo está colapsando.- se dijo. E indefectiblemente, podía hasta el gato sentir cómo los cimientos se movían, cómo las costuras cedían poco a poco. Nada le dijo, porque claro, los gatos no hablan. Pero sí miró a su dueña, con pupilas teñidas entre pavor y compasión, y se acostó ronroneante a su lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario