domingo, septiembre 16

cuevas

Creí en vos como un ciego que deposita toda su confianza en la vista de un guía, o como un creyente moribundo en su dios, porque siempre fue más fácil creer que ver la realidad, áspera y amarga como siempre lo fue. No te culpo por desilusionarme, como no culpé a Dios por esas tantas veces que me falló (porque al fin aprendí que no existe más que el destino irónico y una cronología ridículamente repetitiva, y culpar a los demás por nuestras fallas solo es prueba nuestra falta de consciencia e inmadurez), pero sí te culpo del frío, la oscuridad y el silencio, porque siempre supe vivir con éstos, como única realidad conocida y aceptada, como el único mundo que supe ver, hasta que me mostraste el calor y nunca jamás me pude olvidar de él, así como de tu voz. Pero nada más cruel que haberme dado un fósforo en mi penumbra y enseñarme la miseria en la que vivía sin saber. Y ahora los recuerdos parecen sueños lejanos, prefiero pensarlos como irreales e inexistentes, porque nunca voy a llegar a salir de mi luctuosa realidad.

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