martes, octubre 16

Pupilas rebalsantes de amargura y una voz desgarrante de pena.
Nada más me bastó para asegurar que, finalmente, no fue la vida la que te golpeó. Que delatás en todo tu ser un alma monstruosa y hueca. Fría y distante. Y que hasta el mayor de los placeres no puede producirte satisfacción, como un hambriento que jamás se saciará.
Siendo siempre los pies descalzos los que pisan mejor, mas se clavan espinas y se atropellan con piedras.

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